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CLASES MAGISTRALES

 

El jueves 2 de septiembre aparece en El País, en la cuarta página de opinión un artículo, de José Lázaro, titulado, “Clases a la Boloñesa”. El escrito está realizado de una forma desenfadada y pretende defender los nuevos modos de enseñanza que la nueva religión de los nuevos redentores, los psicopedagogos, aconseja. Critica las clases magistrales de una forma simplona, como veremos ahora. Tiene un mérito, reconoce que la auténtica clase magistral, es decir, la que imparte un verdadero maestro en su saber, debe seguir, por el bien de todos. Pero, burlonamente, considera que todos los demás deben dejar sus clases magistrales porque en lo único que consisten es en la repetición memorística del profesor de la típica lección y la toma de apuntes de los alumnos. Bueno, esto es una simplificación y una aberración. Un credo con el que nos quieren hacer comulgar los nuevos redentores que persiguen enseñar la nada desde la nada. Son los pedagogos-demagogos. Y, para más inri, el autor se jacta de que si optamos por las clases a la boloñesa trabajaremos menos; se refiere a los de la universidad, los de enseñanza media se supone que ya habrán adoptado las formas de la nueva redención y están salvados. Y se trabajará menos porque ya no se trata de estudiar y repetir la lección, sino de que el alumno aprenda solo, tú sólo eres una guía que proporciona material e información y que te ayuda en la resolución de las preguntas, que en el proceso de aprendizaje van surgiendo. Esto sería un proceso de enseñanza activa en la que el papel activo es el del alumno y no el del profesor. El profesor debe ser el dinamizador de todo el proceso de aprendizaje, no el vehículo del conocimiento; éste, se nos recalca con otro mito, está en Internet. Esto, además de ser una farsa, es cinismo. Sobre todo viniendo de profesores de universidad con poca carga lectiva. Esta defensa burlona me resulta grosera y grotesca. Es impresentable.

Con lo de las clases magistrales ha ocurrido lo mismo que con lo de la autoridad. Se ha considerado que el profesor debe carecer de autoridad, y más con los conocimientos que se pueden obtener por medio de la red. Se ha confundido la autoridad con la violencia, cuando la autoridad tiene que ver con la inteligencia y la virtud. El profesor es la autoridad porque es el transmisor del saber y de los modos de acceder al saber, eso por un lado y, por otro, posee la virtud, al menos de la pasión por un ámbito del conocimiento. Es un ejemplo de dedicación y abnegación, un modelo para el alumno, un contraejemplo frente a los valores del éxito fácil, la fama, el dinero. El profesor es una autoridad porque su conocimiento, que libre y apasionadamente transmite, es el fruto del esfuerzo, no de la suerte, sino de la dedicación y del amor al saber y a la humanidad, en última instancia. Destronar al profesor es destronar a lo humano de la enseñanza. La autoridad debe ser recuperada para el profesor en su sentido auténtico. Tiene autoridad el que conoce algo y por ello su criterio es superior al nuestro. Pero a esta sociedad posmoderna y al poder que la acompaña, lo que les interesa es que todas las opiniones sean iguales. El profesor carece de autoridad, es más, la autoridad se transmite a la tecnología, reside en Internet. El profesor, dinamiza, motiva…y demás chorradas y entelequias de pedagogos-demagogos. La autoridad moral e intelectual es imprescindible en la enseñanza. Recuperarla exige un cambio revolucionario de valores en la sociedad.

Pues lo mismo que ha ocurrido con la autoridad del profesor ha sucedido con las clases magistrales. Éstas se ha considerado que se basan en una relación asimétrica entre el profesor, parte activa, que repite como un papagayo los apuntes de siempre, y los alumnos que, aburridos, intentan copiar lo que entienden de esa cháchara soporífera. Esto es una simplificación y aberración. Un malentendido a sabiendas. Y es a sabiendas, porque lo que intentan los nuevos redentores es mostrar que se puede enseñar sin conocer la materia. Y es lo que pretenden enseñar: nada desde la nada. Pero, porque en el fondo, en la sociedad ya no es necesario el conocimiento, sólo destrezas y habilidades. De lo que se trata es de producir piezas del sistema.

La clase magistral requiere de la autoridad del profesor y va ligada a ella. En la clase magistral lo que se produce es una transmisión de conocimientos, de formas de acceder a él, una actitud ante el saber y la vida y unos valores morales. Entre estos valores morales está el de la entrega al conocimiento y a la transmisión del mismo de forma desinteresada, con la intención de mejorar al hombre que habita en el interior de cada alumno. La clase magistral muestra la realidad del conocimiento. Conquistar el saber requiere esfuerzo, tiempo, pasión…todo ello lo transmite el profesor. Y un valor muy importante: el conocimiento procede del diálogo. La base del saber no es la autoridad arbitraria, sino la razón. El profesor, en su clase magistral, como maestro del saber, enseña todo esto. Y transmite el valor de la tolerancia, que se basa en el diálogo racional, no en el guirigay del respeto a todas las opiniones. Pero el alumno, para seguir al maestro y adentrarse en este mundo de conocimiento y virtud, necesita del esfuerzo. Tiene que aprender conceptos, tiene que memorizar. El conocimiento es imposible sin la memoria, tiene que disciplinarse y no perderse en esa bagatela pedagógica del aprender a aprender. ¿Y eso qué es, sino un galimatías que se ha convertido en un mandamiento del credo demagógico-pedagógico? Se aprende a partir de los conceptos y estos deben ser memorizados para poder manejarlos. Desde la nada no se puede aprender. Por eso el alumno necesita la disciplina, que no es más que el esfuerzo y la dedicación. Ocurre igual que en el deporte: no se puede correr un maratón de la noche a la mañana, hace falta esfuerzo, dedicación y disciplina. El conocimiento es una maratón que dura toda la vida. Los maestros nos enseñan a dar los primeros pasos. Y nos enseñan el valor de la disciplina y el esfuerzo. Nos transmiten el amor por el saber y la virtud de la justicia que el conocimiento lleva aparejada. Porque el conocimiento es una forma de liberación. Conocer es luchar contra la superstición y el poder. Y todo ello el profesor lo hace desde la tolerancia como virtud fundamental, que se ejerce, por lo demás, desde el diálogo. Pero el diálogo sobre o desde la nada es imposible. No se puede aprender a aprender y ya está. Esto se basa en una concepción errónea de nuestro cerebro y en un interés del poder en vaciar de contenido el mundo del saber para transformarlo en meras habilidades.

La clase magistral es algo noble y elevado, es más, nunca hay dos iguales, porque en el clima de la clase magistral se da una complicidad entre el profesor y los alumnos que es irrepetible, es lo que de arte tiene la educación. Y el arte no se puede reducir a la ciencia positiva que pretende ser la psicopedagogía. Confundir lo que es la clase magistral  con las clases de los malos profesores no es más que demagogia y un intento de acabar con el conocimiento y con la educación como forma de humanismo y humanización.